Cómo alimentarnos según nuestra edad
Niños de 4 a 11 años
Es un error...
HACER UN MAL USO DE LOS COMPLEJOS MULTIVITAMÍNICOS
Deben ser prescritos bajo la supervisión de un médico o un especialista en Nutrición, y sólo en casos específicos, cuando no es posible mejorar la calidad de la dieta o cuando existen situaciones de riesgo de que se produzcan déficits nutritivos específicos (enfermedades agudas o crónicas, inapetencia de larga duración, etc.)
Sin embargo, algunos padres y madres creen que la única forma de hacer que sus hijos tomen las vitaminas y los minerales necesarios es proporcionárselos en forma de granulado o pastillas ya preparadas. Los anuncios suelen decir que la dieta no basta para satisfacer las necesidades del organismo en ese sentido. Como es muy fácil comprar suplementos de este tipo, y su precio no resulta elevado, muchas personas se decantan por esta opción. En numerosas ocasiones, se exceden en las dosis de vitaminas y minerales, creyendo que así mejorará su salud, estarán más enérgicos o evitarán muchas enfermedades. Cada vez son más los estudios que confirman la peligrosidad de esta práctica.
Dar suplementos de este tipo puede ser perjudicial, por lo tanto, los padres nunca deben ofrecerlos a sus hijos sin consultar previamente con un profesional. Los suplementos no deben ser usados como sustituto de una buena comida, sino como complemento en caso de requerimientos extras (ciertas prácticas deportivas, determinadas enfermedades, etc.) Los niños tienen una dosis suficiente de vitaminas y minerales si siguen una dieta variada con alimentos de todos los grupos básicos.
NIÑOS ROLLIZOS, ¿NIÑOS MÁS SANOS?
A pesar de que la difusión de datos fehacientes sobre las ventajas de una correcta alimentación han contribuido a debilitar creencias erróneas, aún persisten algunas. Entre ellas, aunque con una afortunada tendencia a disminuir, se cuenta la de que un niño rollizo (obeso) es más sano que uno delgado. Pero nada está más lejos de la verdad, en tanto que la salud de un niño no se mide sólo por su peso sino también por su aspecto y por la vitalidad con que se desenvuelve normalmente.
La obesidad infantil es un proceso en el que se produce una acumulación de grasa excesiva en relación con el promedio normal para su edad, sexo y talla. En el 95% de los casos aparece porque el aporte de energía de la dieta supera al gasto y el excedente se almacena en el organismo como tejido adiposo o graso. La obesidad infantil se ha duplicado en los últimos 17 años en España y afecta a un 10% de los niños de entre 6 y 12 años, debido principalmente a los cambios que se han producido en las últimas décadas en cuanto a los hábitos alimentarios y estilo de vida. Actualmente la dieta es demasiado rica en hidratos de carbono sencillos, grasas y pobre en fibra y otros elementos reguladores (vitaminas y minerales). Existe un fácil acceso a cantidades ilimitadas de alimentos con “calorías vacías” (golosinas, refrescos, bollería, snacks…), se festeja cualquier acontecimiento de la vida del niño con “comida basura”, se han sustituido los juegos al aire libre o el deporte por otras actividades extraescolares sedentarias... Por otro lado, hay estudios que demuestran que el hábito de ver demasiada televisión, además de aumentar el sedentarismo, propicia comer alimentos excesivamente ricos en calorías y por tanto el riesgo de sobrepeso u obesidad. A corto plazo, las consecuencias más frecuentes de la obesidad son alteraciones psicosociales; incluso en edades tempranas el niño obeso es descrito despectivamente por sus compañeros, tiene problemas de relación, etc. A medio plazo, se producen alteraciones ortopédicas (problemas en rodillas y caderas), respiratorias y cutáneas. Así mismo, se debe tener en cuenta que la obesidad infantil aumenta el riesgo de obesidad en la edad adulta. El 75% de los niños obesos serán obesos de adultos y la obesidad es factor de riesgo de: diabetes, hipertensión y alteraciones de los lípidos en sangre (aumento de colesterol y de triglicéridos) El tratamiento de la obesidad deberá ser llevado a cabo siempre bajo una estricta vigilancia médica y dietética y comprende: el planteamiento de una dieta baja en calorías (nunca estricta) y el fomento de la actividad física. De este modo se logra una pérdida de peso adecuada sin que exista riesgo alguno para la salud de los niños.
INCLUIR COMO NORMA EN LAS COMIDAS REFRESCOS AZUCARADOS EN SUSTITUCIÓN DEL AGUA
A veces su hijo va pedir un refresco en un restaurante de comida rápida o una bebida de fruta que haya visto anunciada en la televisión o pide siempre en las comidas, en lugar de agua, este tipo de bebidas. Las bebidas artificiales con sabor a fruta y los refrescos que contienen azúcar u otros edulcorantes calóricos añadidos (fructosa) son productos de la categoría de los dulces, por lo que deben consumirse ocasionalmente, con el fin de respetar el equilibrio dietético.
Recientemente, varios estudios han alertado del aumento de la obesidad infantil, un fenómeno que puede atribuirse, en parte, al consumo abusivo de bebidas azucaradas. Los niños que consumen varios refrescos de este tipo cada día incrementan su riesgo de obesidad en más de un 50%. No obstante, este tipo de bebidas, consumidas ocasionalmente y con moderación, pueden formar parte de una dieta saludable y equilibrada.
En cuanto a su composición nutritiva, cabe destacar las calorías del azúcar que puedan contener, de no ser que se trate de bebidas light en las que se ha sustituido el azúcar por edulcorantes químicos sin calorías. Las calorías que aportan son "vacías", es decir, que no nutren al organismo. Una lata de refresco edulcorado con sacarosa (azúcar común) contiene unos 35 g de esta sustancia (el equivalente a 6 terrones pequeños de azúcar) La adicción de gas carbónico que se disuelve muy bien en agua y de azúcar son ingredientes comunes en las bebidas refrescantes. Algunas de ellas contienen cafeína (sustancia excitante) y cantidades variables de ácido fosfórico. El fósforo es un mineral que se une al calcio reduciendo su absorción y aprovechamiento por parte del organismo, por lo que no se recomienda un consumo excesivo, especialmente en el periodo infantil, dada la importancia del calcio en el correcto desarrollo de la masa ósea.